Biografía de Dolores Sucre y Lavayen
- Shirley Vergara Sáenz
- 16 nov 2023
- 6 Min. de lectura

Nació en Guayaquil en NOVIEMBRE DE 1.837. Hija legítima del Coronel José Ramón de Sucre y de la Guerra, nacido en 1.798 en Cumaná, Venezuela, que realizó las campañas militares de su Patria y de Nueva Granada y posteriormente combatió en Junín, Ayacucho, el sitio del Callao y Tarqui y de la guayaquileña Mercedes Lavayen y García, casados en 1.834, Vocal de la Junta Curadora de niñas en 1.845, mujer intelectualizada para su tiempo.
A los siete años de edad recibió las primeras letras de su madre, mujer culta y activa “que desenvolvió su vida en un medio que negaba la participación de la mujer en igualdad del hombre” y asistió a la escuela de la preceptora Cruz Andrade Fuente Fría de Drinot, “quien la inició en el cultivo de las bellas letras adivinando que en el pecho de la niña que recién gorjeaba, se agitaba un mundo de lirismo y de poesía.”
De quince años apenas ya daba muestras de poseer un talento nada vulgar y versificaba hasta por mera distracción. Poco después se enamoró perdidamente de un joven inglés apellidado Perinmen, quien correspondía sus anhelos con nobles y profundos sentimientos y cuando ya estaba fijada la fecha de la boda; ocurrió que, estando el novio aceitando un arma, se escapó el disparo que segó su vida. Dolores “se entregó por entero a su dolor y a la poesía, surgiendo de sus labios rosas y lirios para el amado y toda una gama de perfumadas flores para Dios, la Patria, la verdad y la virtud, temas que serían constantes en su inspiración románticas y añorosa.
En 1.870 visitó el Perú y fue presentada por su paisano Numa Pompilio Liona en el Ateneo de Lima, siendo admirada por Pedro Paz-Soldán que escribía con el seudónimo de Juan de Arona, por Clemente Althaus y por Ricardo Palma. También fue miembro de la Guardia de Honor de la Virgen de la Merced y allí hizo amistad con Carmen Pérez de Rodriguez-Coello y con Angela Carbo de Maldonado, quienes también escribían poesías; sin embargo, Dolores, las aventajaba a ambas por su incansable actividad en “La Esperanza” y en “Los Andes”, periódicos tradicionales del puerto principal donde tenía columna propia dedicada a la mujer y por eso se la considera una avanzada del feminismo de su tiempo en el Ecuador.
Para pedir un vaso de leche en el desayuno decía: “Mucama, pasadme el líquido perlático que nos proporciona la consorte del toro”. Para que le dieran su vestido negro: “Tomad el acero (la llave) abrid el madero (el ropero) y sacad el de luto vestir”. Un día, que pasaba por los bajos de su departamento ubicado en Vélez entre García Avilés y Boyacá, un simplísimo carbonero, lo llamó de la siguiente manera: “Buen hombre ¿cuánto reporta actualmente un saquillo del producto del fuego sobre la madre naturaleza? En otra ocasión para solicitar un huevo duro en el almuerzo, lo hizo de la siguiente forma: “Por favor, deseo un óvulo gallináceo afectado por el calor acuoso”. También acostumbraba decir en su casa: “Doméstica, corred los linos, abrid los pinos y dejad que el céfiro penetre”, para pedir que le abran las ventanas y las cortinas. Frases que movían a risa a quienes las oían y eran prontamente repetidas en toda la ciudad con notable éxito entre los chuscos que nunca faltan.
Sus hermanas dizque le entendían todo porque ya se sabían de memoria su forma extraña de hablar, pero no ocurría lo mismo con la generalidad de las gentes que se quedaban en babia, sin saber qué responderle
En 1.900 protestó públicamente y acusó al Gobierno del general Alfaro de “mantener en el ostracismo al clarísimo poeta nacional Dr. Cesar Borja Lavayen, por causas nimias que la grandeza olvida y el amor perdona…” y tanto molestó sobre el tema que, a la postre, después de algunas semanas de estas quejas, consiguió que le permitieran regresar a su primo segundo el Dr. Borja Lavayen de San José de Costa Rica, donde vivía exilado desde 1.895. Este generoso gesto le granjeó una ola de popularidad nunca antes vista en mujer alguna en Guayaquil y hasta fueron a vitorearla los estudiantes universitarios, pero ella se negó a salir a la ventana diciendo que lo hecho era solamente una migaja de su corazón y no cosa del otro mundo como para merecer tantos aplausos, bien es cierto que el asunto se estaba prestando a burlas y ella lo adivinaba.
La Coronación se fijó para el 9 de Octubre de 1.905. El Dr. Vicente Paz Ayora ofrendó a nombre del Comité la “Lira de oro, brillantes y esmeraldas” que fue colocada por María Sánchez Urbina, entre números de canto y piano. Llona intervino con un sentidísimo elogio y solamente hubo que lamentar la imprudente conducta del poeta Nicolás Augusto González Tola, que ingresó al Teatro Olmedo del brazo de una amiga con quien vivía públicamente y como González había sido designado el orador de la noche, el asunto tornóse serio y mal hubiera terminado pues las damas quisieron retirarse y únicamente aceptaron permanecer en sus asientos para no deslucir el acto ni dañar la noche a la poetisa, pero lo hicierona desgano y muy contrariadas. Dolores Sucre entró en compañía de sus hermanas y mejores amigas y sentóse en una especie de sillón del trono. Fue su noche de gloria pues recibió de Guayaquil más que una corona, recibió una lira y el homenaje cariñoso que había despertado su simpatía y bondad a través de numerosos años en el magisterio femenino y en el periodismo de altura y espiritualidad. Homenaje que también le tributó la sociedad por su prestancia como hijo de un prócer y sobrina de un héroe.
Fue mujer de estatura más que mediana, cabeza imponente, cabellos negros, grandes ojos y nariz aguileña; solía vestir de blanco entero como era costumbre por entonces y en la ancianidad llegó a la obesidad. Tuvo un altísimo sitial y el glorioso apellido que ostentaba la convirtió en figura de primera magnitud, “pero no actualizó su verso ni su pensamiento guardó relación con las transformaciones políticas del mundo y de su Patria”, quedando rezagada en un romanticismo arcaico y cuando murió representaba solamente el recuerdo de una poesía decimonónica y afectada.
Aunque en esto de la tumba cercana anduvo errada pues vivió hasta los ochenta años, falleciendo el 5 de junio de 1.917 y “fue vestida con el albo traje de la Virgen mercedaria, juntas las manos en mística plegaria, llevando en su pecho prendida cual estrella, la lira de diamantes que el pueblo y su ciudad le habían tributado doce años antes y se dio el curioso caso que las damas de la ciudad, “rompiendo las barreras de prejuicios absurdos, acompañaron al cortejo solemne hasta su último morada y diéronle el adiós, así, en forma tan inusual”. El Presidente de la República, Alfredo Baquerizo Moreno, por su parte, expidió un decreto de honras. La Municipalidad de Guayaquil mandó a poner Guardia de Honor. Así terminó la sobrina segunda de un gran hombre y ella misma, gran mujer, adelantada del feminismo guayaquileño de todos los tiempos.

Muchos años después el poeta Enrique Segovia escribió sobre ella lo siguiente: “Precisa y luminosa conservo la visión de la dulce y venerada anciana, cruzando la ancha calle Boyacá, con lento y fatigado paso, una mano apoyada en el brazo de mi padre (se refiere al notable educador Nicolás Segovia) y la otra en su clásico bastón. Recuerdo que contemplaba con deslumbrados ojos a esa elegante matrona, cuya faz semienmarcada por alto y complicado peinado, del que pendía amplio velo de finísimo encaje, tenía un sello de grave distinción y auténtico señorío, y a despecho de los años era hermosa. Vivía con sus hermanas Carmen y Obdulia en una espaciosa casa. Las tres ejercían el magisterio y regentaban una escuela fiscal de niñas que funcionaba en el mismo edificio donde ellas vivían, en Boyacá entre 9 de Octubre y Vélez, si bien la poetisa siempre dio preferencia sobre todo lo demás al cultivo de las letras, su máxima y constante preocupación y el invariable y rico alimento que la nutría, vigorizaba su mente y confortaba su espíritu. La poesía fue el distintivo primordial de su personalidad y la razón suprema de su vida. Ejercicio magno, profesión excelsa, de génesis vocacional, que tuvo en ella carácter religioso, que la elevó y dignificó, infundiéndole fe y energía. Fue un entregarse pleno y total, con algo de grandioso holocausto y sublime renunciación, aunque también se dedicó al cultivo del canto. Cierto es que insistentemente habla en sus versos de íntimas congojas; sin embargo, su tono es sereno y revela valor y confianza. La práctica magistril, el diario alternar con niñas, la labor de instruirlas y educarlas, eran también campo propicio a su temperamento idealista y bondadoso, y de fijo, contribuyeron eficazmente a disipar sus sombras y aligerarle el peso de sus desdichas. Genuina señora que, aún ostentado la grandeza de su aristocracia, prefirió siempre y cifró en ello su más alto orgullo, en la grandeza del corazón, el lustre del talento”.
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